Cuando
estudiaba Lengua y Literatura Hispánicas, me hice más consciente del buen uso
que debe dársele al idioma español. Así, lograba percatarme de que hasta mis
maestros, preparadísimos, de vez en cuando cometían errores garrafales al
hablar o escribir. Como un par de ellos, que llevan el mismo apellido y son miembros
correspondientes de la Academia Mexicana de la Lengua. Uno comentó en clase que
llega un momento en el que al escritor debe dejar de importarle “si lo alaban o
lo denostan” (sic). Otro glosó un trabajo escolar mío, donde había escrito “a
El Comandante” (refiriéndome a Fidel Castro, que aún gobernaba Cuba), anotando:
“Hace siglos que ‘a + el’ se contrajieron (sic) en ‘al’ ”.
No
hay que admirarse, por supuesto, de los errores ocasionales, sino de los
reiterativos y generalizados, que constituyen un verdadero maltrato del idioma.
Las malas lenguas,
de Juan Domingo Argüelles (Chetumal, 1958) trata precisamente de dicho tema,
analizando 423 casos de términos o expresiones utilizadas en el español.
Entre
las múltiples causas que deforman el idioma, se halla la corrección política,
que da lugar a ridiculeces como la de llamarle ‘adultos mayores’ a las personas
ancianas. Al recurrir a estos eufemismos se pretende, supuestamente, no ofender
a ese sector poblacional; sin embargo, sólo se entorpecen la claridad y
economía del lenguaje.
Un
término bastante extendido es el de ‘bizarro’ en el sentido como ‘extravagante,
raro, caprichoso y extraño’; acepción que, no obstante, es rechazada por la
Real Academia Española, pese a que la de ‘valiente’ o ‘espléndido’ se encuentra
en franco desuso.
Aquí,
Argüelles le concede razón a los hablantes y no a la institución, a la que no
pocas veces califica de ‘rancia’, por sus incongruencias y lento proceder.
Otro
caso donde se le otorga razón al hablante, así como ocurre con la popularizada
acepción del término ‘bizarro’, es el de ‘viralización’ y sus derivados. Dichos
neologismos han cobrado un rápido y fuerte arraigo, dado su uso específico para
todo aquel contenido que “se propaga exponencialmente” a través del internet.
Un
caso realmente desopilante es el de sustituir la palabra ‘trasero’ por el
galicismo ‘derrière’, que suele escribirse mal (sin acento o sin la ‘e’ final)
y pronunciarse peor. Este vocablo es muy común en las llamadas revistas del
corazón, donde abundan los consejos para realzar dicha parte del cuerpo, así
como las críticas o panegíricos a las pompas de tal o cual famosa. Tal uso
resulta absurdo, explica el autor, porque nuestro idioma tiene el término
adecuado, y una amplia sinonimia, para designar esa región anatómica.
Argüelles
es muy enfático al sostener que está mal empleada la palabra ‘género’ para
referirse a la discriminación sexual, pues, como explica: “en español ‘género’
y ‘sexo’ son cosas diferentes: ‘género’ tienen las palabras, pero no así las personas:
éstas tienen ‘sexo’, como muy bien lo define María Moliner en el Diccionario de uso del español (‘carácter
de los seres orgánicos por el cual pueden ser machos o hembras’).”
Más
adelante, en la entrada relativa a ‘violencia de género’, el autor cita al
prestigiado filólogo Lázaro Fernando Carreter, director de la RAE en los años
noventa, quien aclara tal violencia más bien es “‘de superioridad’, sea sexual,
física, de poder o de otras clases”.
El
quintanarroense propone: “en atención a la verdad y a la claridad idiomática
bien estaría decir y escribir ‘violencia contra la mujer’, ‘violencia contra
las mujeres’ o, en el peor de los casos, ‘violencia por razón de sexo’,
entendido el sustantivo femenino ‘razón’, en la acepción de ‘motivo’ o ‘causa’ (DRAE).(…)
Esta última expresión, ‘violencia por razón de sexo’, aunque mucho más
minoritaria en su uso, tiene la ventaja de poder aplicarse no sólo a la
violencia que se comete contra las mujeres, sino también contra los
homosexuales y transexuales por el hecho de serlo’.
El
nivel cultural de una persona no lo inmuniza automáticamente contra las
barrabasadas del lenguaje, como la de aplicar el adjetivo de ‘obsceno’ a lo que
es ‘repulsivo’, aunque carezca de connotación sexual, que es a lo que se refiere
el vocablo. Incluso personajes como José Saramago, Premio Nobel de Literatura,
han incurrido en el equívoco. El portugués afirmó en alguna ocasión: “Lo
obsceno es que se pueda morir de hambre”. El Diccionario panhispánico de dudas aclara que la confusión
ocurre por la influencia del anglicismo ‘obscene’: ‘grosero o indecente’. En
español, ‘obsceno’ sólo deberá emplearse para las representaciones grotescas
del sexo. Asimismo, habrán de utilizarse adjetivos como ‘vergonzoso’,
‘censurable’ o ‘vituperable’.
Líneas
arriba se aludió al prestigiado galardón sueco, que innumerables veces se
pronuncia y escribe incorrectamente, tanto por el vulgo como por enterados, que
dicen ‘Nóbel’ o ‘Nóbeles’, en vez de pronunciar el término en singular con
acentuación en la última silaba; y en plural, en la penúltima. Además, en
plural deberá escribirse con la letra inicial en minúscula. Y, en ningún caso,
habrá de confundirse con ‘novel’, es decir, con ‘principiante’.
Justo
mientras redacto estas líneas, leo en la versión electrónica del diario El País, de España, que, tras una serie
de desafortunados escándalos, la renuncia de otra integrante de la Academia
“llega después de la salida de (…) Katarina Frostensony y la de la secretaria
permanente, Sara Danius, encargada de anunciar el Novel (sic) de Literatura”.
Aunque
la extensión del volumen haría pensar que se trata de un mamotreto
aburridísimo, el autor se encarga de que la lectura sea fluida y de que
soltemos la carcajada ante semejante compendio de faltas de ortografía, de ortoepía, redundancias,
pleonasmos, entre otras burradas que tan despreocupadamente se cometen contra
la lengua española.
Elena
Méndez
_____
Juan Domingo
Argüelles,
Las malas lenguas. Barbarismos, desbarres,
palabros, redundancias, sinsentidos
y demás barrabasadas,
Editorial
Océano,
México,
616 pp.
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