Según
la Real Academia Española, un conjuro es –en su segunda acepción-: “Fórmula mágica que se dice, recita o escribe para conseguir algo
que se desea.”
Así, el académico mexicano Felipe Garrido (Guadalajara, 1942), en su más
reciente libro Conjuros (Editorial
Jus/Centro Universitario de la Costa Sur/Universidad de Guadalajara, 2011), consciente
del poder evocador de las palabras, realiza una serie de encantamientos
narrativos que lo hermanan a grandes autores como Juan José Arreola, Julio
Torri y Julio Cortázar, en cuanto a la estructura, el lenguaje y la sorpresa
que encierra su estilo.
En este libro –que es varios libros a la vez-, Garrido realiza
una especie de Génesis donde se vuelca toda una cosmogonía indígena, primitiva;
se muestra, ante los ojos maravillados del lector, un impresionante despliegue
gastronómico que sirve de marco a las digresiones metafísicas del Nene, quien
alega haber conocido la injusticia en un campo de futbol, ante el azoro de sus
primas memoriosas y toda la runfla; aparece una hagiografía peculiar (“San
Frutos”, “San Cipriano Citrino”, “Santa Rosalía del Polvo”…) plagada de
referencias inverosímiles por descabelladas para el lector que los despoje de
lo dogmático.
Cito, a continuación, un fragmento de “Santa Tirana niña”:
“Una mañana, a las puertas de Osma, unos pordioseros le pidieron
limosna. Unos eran ciegos, otros tullidos, llagados, habían perdido una mano o
la razón. Tirana, que tenía en poco las riquezas, alzó al cielo las manos… y aquellos menesterosos recobraron la salud.
Y entonces, al verse privados de su sustento, atacaron a Tirana
con piedras y bastones, hasta que la hicieron morir”. (p. 95)
Flotan, obsesivamente, presencias evanescentes que recuerdan la
imposibilidad amorosa. Baste mencionar los cuentos del profesor y el marino,
quienes, envueltos en nubes etílicas, disertan sobre la sirena del primero,
entre versos de Sabines, Quevedo y Garcilaso. Aquel sostiene, respecto a lo
inasible de su amada: “Una sirena que vale la pena (…) jamás se deja alcanzar.”
(p. 98)
Podría afirmarse, incluso, que el autor esboza una poética erótica,
como en el ingenioso microrrelato “Petición laboral”, donde un empleado víctima
de mal de amores, que hace un singular exhorto a su jefe: “Solicito de su alta
intervención no solamente que se me reintegren los días de sueldo que se me han
quitado, sino que se estudie la posibilidad de considerar el enamoramiento como
causa justificada de incapacidad laboral” (Estar enamorado es más grave que la
influenza, la salmonelosis o el sarampión).” (p. 119).
La contemplación de la naturaleza, el ardor de las pasiones, el
complejo de Edipo y los desahogos de un oficinista atribulado son otros
leitmotivs presentes en la obra. También asoman los relatos insólitos del
Xamurado, que afirma haber visto amazonas y otros sucesos dignos de memoria, y
las enseñanzas morales que san Barlaán dirige al príncipe Josafat.
Resulta destacable el trío de conjuros incluidos al inicio, al
medio y al final de la obra, donde se funde lo efímero con lo eterno:
inscripciones en la arena, peces de luna al cuello de la amada, atrapados ex
profeso por quien la idolatra; palabras sensuales al viento: “Sediento del
abismo de tu carne, te conjuro y te convoco para que ardas en el deseo de la
mía. (…) Que no haya en tu memoria más recuerdo que mis caricias, ni en tu
esperanza otro refugio que mis brazos, ni en tus manos otro tacto que mi
rostro, ni en tus oídos otra huella que mi voz, ni en tus ojos otra sombra que
mi éxtasis, ni en tu olfato otro perfume que mi sexo, ni en tu lengua más sabor
que el de mi piel”. (pp. 291-292)
Las 303 minificciones que componen este volumen son ilustradas
por Iñaki, hijo del autor; dichas viñetas constituyen una atinada
representación gráfica de estos hechizos verbales.
Elena Méndez
___
Felipe
Garrido,
Conjuros,
Serie
Contemporáneos,
Editorial Jus/
Centro
Universitario de la Costa Sur/
Universidad de
Guadalajara,
México, 2011,
304 pp.
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