Margaret
Atwood nació en 1939, justo el año en que inició la Segunda Guerra Mundial. Y
en 1984 vivía en Berlín, cuando todavía existía el Muro. Tales circunstancias
determinaron su visión del mundo e influyeron de manera decisiva en su obra
literaria.
Fue
precisamente durante su estancia en la capital alemana que comenzó a escribir El cuento de la criada, publicada un año
después. Obra que ha cobrado un gran auge debido a su rabiosa actualidad,
máxime que ha sido adaptada al cine, la ópera, el ballet, la televisión y
pronto se contará con una novela gráfica sobre ella.
En
esta ficción especulativa, la autora canadiense plantea una pesadilla factible:
¿Qué pasaría en una sociedad teocrática, donde las mujeres perdieran sus
libertades básicas, donde sólo se les considerara instrumentos para la
perpetuación de la especie, o peor aún, meros entes desechables?
La
historia se ubica en la imaginaria República de Gilead, otrora territorio de
Estados Unidos. Tras un golpe de Estado, se erige una sociedad teocrática,
fundamentalista, que toma la Biblia al pie de la letra.
Defred,
la narradora-protagonista, describe con todo detalle su infernal existencia
como Criada, casta a la que pertenece, que la obliga a ser útil socialmente
mediante la reproducción forzada.
Su
nombre real nunca es dado a conocer. Se le otorga una personalidad nueva,
acorde a su función para el sistema.
Valiéndose
de un relato extenso, fragmentario, con lagunas, contradicciones y repeticiones
–lo que lo vuelve creíble y natural, puesto que está registrándolo en audios,
clandestinamente, y no hay modo de reelaborar sus testimonios-, Defred no sólo
se limita a explicar su injusta condena, sino que, además, evoca su no tan
remoto pasado, en el que tuvo una familia, un hogar. Su propio dinero. En el
que podía tomar sus propias decisiones. Ser libre.
“Mujeres
juntas, sólo difuntas”, reza un antiguo refrán mexicano. Lamentablemente, tanto
en la vida real como en la sociedad gileadeana, es cierto. Abundan los rumores,
las delaciones, las malas jugadas, los complots. Todo por tantito poder. Por
pura envidia. Por afán de destruir una reputación, una vida.
Para
ellas, su vientre potencialmente fértil y la información que manejan son las
únicas herramientas que las pueden salvar. Pero, por desgracia, también las
pueden hundir. No hay sororidad. No puede haberla. Todas desean salir airosas
de su lamentable situación. Cuando llega a haber un asomo de simpatía, de
complicidad, es inmediatamente detectado y reprimido.
Defred,
tras haber pasado estancias en el Centro Rojo (donde pasó por un proceso de
reeducación) y en un hogar asignado, en el que su misión fracasa, recibe una
segunda oportunidad en casa de otro Comandante, donde inmediatamente percibe la
hostilidad no sólo por parte de Serena Joy, la Esposa -una anciana artrítica
que en su juventud fue estrella televisiva-, sino también de una de las Marthas
–como se denomina a las empleadas domésticas-. Entre otras razones, por la
falta de sororidad arriba mencionada.
La
doble moral siempre está presente: si bien la función de Criada es harto
relevante para la preservación de la raza, puesto que la fecundidad escasea, son
incesantemente criticadas, juzgadas, burladas, ninguneadas. Su integridad
física y moral pende, constantemente, de
un hilo. Se hallan inmersas en una dinámica esquizofrénica de la que es
imposible escabullirse.
Una
frase escrita en latín macarrónico, descubierta accidentalmente por Defred en
el armario de su habitación, se convierte en mantra suyo, aun antes de saber el
significado: “Nolite te bastardes carborundorum”. Quiere decir: “No dejes que
los cabrones te hagan polvo”. Lo cual ella pretende impedir, a toda costa.
Defred
explica al hipotético escucha los motivos por los cuales registra lo ocurrido:
“Sigo con esta triste, ávida, sórdida, coja y mutilada historia, porque después
de todo quiero que la oigáis, como me gustaría oír la tuya si alguna vez se
presenta la oportunidad, si te encuentro o si te escapas, en el futuro o en el
Cielo, en la cárcel o en la clandestinidad, en cualquier otro sitio”, afirma.
Como
no hay sistema sin fallas y la represión es un tremendo acicate para la
trasgresión, es inevitable que estas féminas añoren su libertad. Deseen el
amor. Recuerden lo que había detrás de esas oscuras fronteras. Más de una correrá
el riesgo de intentar liberarse. ¿Qué pasará después? Quién sabe, pero ojalá
sea menos peor que su actual destino. Esa parece ser su filosofía.
Habrá
quien se escandalice ante lo planteado por Atwood. Pero ella, en el fondo, no
se está inventando nada. Sólo toma elementos históricos que, recreados y
mostrados en conjunto, crisparán los cabellos a más de uno.
Entre
dichos elementos históricos, menciona: “ejecuciones grupales, leyes suntuarias,
quema de libros, el programa Lebensborn de las SS y el robo de niños en
Argentina por parte de los generales la historia de la esclavitud, la historia
de la poligamia en Estados Unidos…”
La
autora explica, asimismo, la razón detrás de los peculiares ropajes que visten
las damas gileadeanas y de haber elegido una dictadura teocrática como tópico:
“muchos regímenes totalitarios ha recurrido a la ropa (…) para identificar y
controlar a las personas –pensemos en las estrellas amarillas, y en el morado
de los romanos- y en muchos casos se han escudado en la religión para gobernar.
Así resulta más fácil señalar a los herejes.”
El cuento de la criada, a
decir del cintillo que acompaña esta edición, constituye “el libro de cabecera
de una nueva generación”. No es exagerado. Se alude a una generación bien
informada, consciente de sus derechos, decidida a rebelarse ante las tiranías
que no cejan en denigrar a los géneros o clases desfavorecidas. Como esa
tiranía que, ‘casualmente’ hoy gobierna al país más poderoso del mundo.
Elena
Méndez
____
Margaret
Atwood,
El
cuento de la criada
(The Handmaid’s Tale),
Traducción:
Enrique de Hériz/Elsa Mateo Blanco,
Col.
Narrativa,
Ediciones
Salamandra,
Barcelona,
2017,
416 pp.
Commentaires