Sergio Ramírez (Masatepe, 1942) fue un cuentista precoz. A los
14 años, cometió la osadía de reinventar una leyenda de su natal Nicaragua, que
se publicó sin mayores averiguaciones en un suplemento cultural dirigido por el
poeta Pablo Antonio Cuadra. Su atrevimiento prosperó; empeñado en su vocación
narrativa, ha festejado ya medio lustro en el oficio, por el cual acaba de ser
galardonado con el Premio Cervantes.
Como él explica, “escribo porque siento la imprescindible
necesidad de contar a otros lo que de otro modo se perdería de manera
irremediable”.
En su Antología personal.
50 años de cuentos, selecciona veinte textos pertenecientes a los libros Cuentos, Nuevos cuentos, “De tropeles
y tropelías, Charles Atlas también
muere, Clave de sol, Catalina y Catalina, El reino animal y Flores oscuras.
A decir del crítico Javier Sancho Más, del suplemento Babelia, Ramírez es “el primer cuentista
vivo en el continente latinoamericano, y uno de los mejores en español,
heredero de las armas de Cortázar y Monterroso”.
Coincido en la similitud con el fenecido guatemalteco, puesto
que Ramírez, aunque tiende a escribir extenso, también recurre a la prosa
breve. Asimismo, es notable su aptitud para fabular. Estas características
remiten, también, al mexicano Eduardo Lizalde, cuya veta cuentística posee la
misma fantasía, la sátira, los bestiarios y las magistrales vueltas de tuerca que en
Monterroso y el nicaragüense.
Gabriel García Márquez es otro autor con quien puede
equiparársele, no sólo en el temprano descubrimiento de la vocación literaria,
sino en las frases lapidarias de los personajes de uno y otro, la manera de
entrelazar vida y obra, la recreación de las atmósferas domésticas, el lenguaje
engarzado como joya, así se trate de coloquialismos, regionalismos, arcaísmos…
Ramírez se divierte escribiendo. Se le nota. Aunque en sus
relatos no faltan las desventuras existenciales, hay siempre algo que mueve a
risa o, incluso, a la abierta carcajada. “La suerte es como el viento” y
“Kalimán el magnífico y la pérfida Mesalina” son acaso los textos más
desopilantes. Mientras que en el primero un humilde tipógrafo descubre repentinamente
sus cualidades adivinatorias, en el segundo un par de hermanas colegialas riñen
por el coche que se han ganado en un ‘raspadito’. La codicia de los
protagonistas les conducirá a situaciones inesperadas y caóticas.
Sorprende la erudición del autor, que lo mismo puede hablar de
entomología que de meteorología, de futbol que de béisbol, de Shakira que de
fisicoculturismo, de la guerrilla que de la Biblia.
Aunque la materia de sus relatos proviene obviamente de su
imaginación portentosa, deja escapar guiños a su vida real, para dotar de mayor
verosimilitud a sus historias, como en “Perdón y olvido”, “No me vayan a haber
dejado solo” y “Flores oscuras”.
Líneas arriba, se mencionan las desventuras existenciales. Cabe
abundar en el tópico, pues hay aquí numerosos personajes que han fracasado
estrepitosamente. Como el Santa Klaus venezolano de “Heiliger Nikolaus”, que
lleva años en Berlín y sigue sin tener dónde caerse muerto; como “El Pibe
Cabriola”, futbolista por cuyo autogol su selección ha sido desclasificada para
el Mundial; como las tres amigas de “Aves canoras: Por qué cantan los pájaros”,
que se reúnen cada determinado tiempo, sólo para descubrir que no han sido
felices y que su realización personal es ilusoria…
El desencanto, tedio y ruina de estos personajes recuerda a la
que experimentan los del mexicano David Toscana, empeñados en inútiles quimeras,
mientras el destino los pone de bruces con la realidad. Caso de “La mosca”, un
pequeño ‘nica’ fan de Shakira, quien huye de casa para buscar a su ídola; y del
boxeador Amado Gavilán, protagonista de “La puerta falsa”, a quien nomás no se
le da figurar…
Asoman la realidad violenta, la corrupción rampante, el
arribismo y el absurdo de las tiranías en “El centerfielder”, “La colina 155”,
“A Jackie, con nuestro corazón”, “De las propiedades del sueño (I)”, “De la
afición a las bestias de silla” y “Nicaragua es blanca”.
Merecen especial atención los relatos “Pingüino: Tribulaciones
de la señora Kuek” y el ya mencionado “Flores oscuras”. El primero es una alegoría
de la heteronormatividad. La directora de un zoológico, al descubrir la
homosexualidad masculina de varios ejemplares de pingüinos Humboldt, urde una
estrategia para ‘enderezarlos’.
En “Flores oscuras”, por su parte, un ficcionalizado Sergio
Ramírez pasea por Milán, en cuya Pinacoteca de Brera sostiene una brillante
disputa verbal con otro visitante. Hablan sobre las versiones pictóricas de la
Última Cena, de la cual el sujeto parece saber demasiado. Además, parece leerle
el pensamiento. Resulta casi automática la comparación de este relato con “Tres
versiones de Judas”, de Jorge Luis Borges, dado el trasfondo de fatalidad que
hay en ambos.
“Charles Atlas también muere” y “Perdón y olvido”, aunque
parecen disímiles entre sí, tienen algo en común: en ellos, el protagonista
desearía no haber conocido ciertas verdades, ya sea sobre un ídolo o sobre su
propio origen.
En “Félis Concóloris” un oponente del régimen cuestiona la
importancia de un compatriota lexicólogo y reflexiona sobre la inutilidad de su
sabiduría frente a la necesidad del pueblo. Por disparatada que suene la trama,
¡cuánta gente no piensa, para sus adentros, que dichos afanes son labor de
ociosos!
Una cualidad innegable del autor es su magnífico oído. El
lector, en más de una ocasión, sentirá que está escuchando hablar a los
personajes; se regocijará ante su voseo, sus conjugaciones verbales, su
entonación.
“Uno lo que escribe son mentiras, pero deben ser mentiras bien
contadas, en las que se pueda creer a ciegas”, afirma Ramírez. Quien redacta
esta nota le otorga una doble corona: una por haberle creído, otra por querer
seguir en su universo creativo.
Elena Méndez
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Sergio Ramírez,
Antología personal. 50 años de cuentos,
Col. Hotel de
las Letras,
Editorial
Océano,
México, 2017,
308 pp.
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