Jamás,
nadie es una novela que aborda un episodio cruento
de la historia mexicana: el genocidio chino, ocurrido a principios del siglo
XX. Pero no sólo eso: en ella, Beatriz Rivas habla del desarraigo, de la
necesidad de pertenencia, de los sueños
postergados, de la identidad recobrada.
La obra cuenta con dos voces
narrativas: una externa, en tercera persona, que se alterna con la de Mía, una
mujer madura, viuda y huérfana, quien vive su duelo de una manera inesperada:
descifrando el enigma que era su padre, Yan, al que nunca pudo comprender.
Yan, cuyo nombre se
occidentaliza como Juan She, llega a México huyendo de la miseria, siguiendo a
su padre y a un hermano, establecidos en Torreón, Coahuila. Han dejado en su
pueblo natal a su madre y a una hermana. Se topan con el horror: un movimiento
xenofóbico, aprovechando el caos imperante por la Revolución Mexicana, asesina
de la manera más vil a 303 inmigrantes.
Yan logra sobrevivir, pero
llevará siempre esa culpa. Una pregunta le carcome el alma: “Wèi-shénme”: “¿Por qué?”.
¿Por qué ese odio? ¿Por qué esa persecución encarnizada?
Hombre de costumbres frugales,
disciplinado, tímido, sólo desea pasar inadvertido y reencontrarse, a su manera,
con sus raíces. Tras una estancia en Mexicali, donde también termina por verse
amenazado, se muda a la Ciudad de México, donde el destino le dará una
oportunidad para reconciliarse consigo mismo y con la vida.
Mía, su hija -cuyo nombre
original es Mian- ha sido ama de casa y ha vivido sin privaciones materiales.
Puede decirse que es feliz. Sin embargo, le intriga y le duele que su padre
haya sido tan huraño y que todo lo relacionado con China sea tabú para la
familia.
Al morir Luz, su madre, le entrega
una caja llena de documentos que le darán las respuestas que tanto ha buscado
durante años.
El conocer la verdad le otorga
a Mía fuerzas para renovarse, para cumplir sueños que creía olvidados, para
saldar una deuda de amor y de lealtad con sus ancestros.
La pintura le sirve a la
protagonista no sólo como un desahogo, sino como un homenaje a las innumerables
víctimas de discriminación racial que ha habido en el mundo y que tanto
preocupaban a Yan, al grado de acumular recortes de periódicos con noticias al
respecto. Costumbre imitada por la madre, en solidaridad con él.
El viaje que Mía emprende a la
tierra natal de Yan le descubrirá aquello que se le mantuvo oculto: la esencia,
el color, el sabor de aquel lugar que su padre llevaba en el pecho como una
herida: “(…) haber venido a China me reconcilia. Por fin logro entender por
completo a mi padre. Por fin logro adorarlo sin condiciones. Consigo esta feliz
empatía con un adolescente que algún día llegó a México buscando la vida y que,
sin embargo, vivió la muerte y sufrió la culpa.”
La autora se muestra
ampliamente documentada sin caer en lo panfletario o farragoso. Brinda un
contexto histórico no exento de sorpresas, aun para los enterados. Sabe
relacionar aquella lejana masacre con las que ocurren actualmente por la
interminable crisis migratoria mundial. Transita de lo terrible a lo conmovedor
sin que se pierda nunca la tensión narrativa. Y algo muy importante: posee una
profunda empatía hacia sus personajes, con los que logra que uno se encariñe, a
pesar de –y precisamente por- esas fallas tan humanas en las que incurren.
Jamás,
nadie es una novela contra el olvido que logra su
misión. Que consigue arraigarse en la memoria.
Elena
Méndez
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Beatriz Rivas,
Jamás, nadie,
Alfaguara, 2017,
304 pp.
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