Ivo
Andrić (Dolac, 1892- Belgrado, 1975) ha sido el más célebre escritor serbio y
el más traducido entre los balcánicos. Mereció el Nobel de Literatura en 1961,
"por la fuerza épica con la que ha reflejado temas y descrito destinos
humanos de la historia de su país".
Su
obra más popular es la novela Un puente
sobre el Drina, que constituye un clásico de la literatura balcánica
moderna. Dicha obra, publicada en 1945, abarca cuatro siglos de historia y se
sitúa en la ciudad de Višegrad, atravesada por el puente Mehmed Paša Sokolović,
construido encima del río Drina, cuya ubicación es estratégica, pues sirve de
frontera entre Bosnia-Herzegovina y Serbia.
Signos junto al camino es una suerte de memorias, o diarios, de Andrić.
Esta traducción, la única disponible en el mundo, fue impecablemente realizada
por la belgradense Dubravka Sužnjević, quien a su vez es la traductora oficial
del afamado serbio Goran Petrović, prologuista del volumen.
Andrić
es descrito así por Petrović: “(...) fue doctor en Historia pero como escritor
mayormente trataba los destinos de gente pequeña, aquella que la ciencia
histórica por lo general omite. Hay que agregar que fue diplomático pero en la
época de la Segunda Guerra Mundial rechazó firmar muy
“antidiplomáticamente” la declaración de
colaboración con el invasor alemán. Hay que agregar que como ganador del Premio
Nobel de Literatura ganó fama mundial, pero siempre rehuyó a la gloria. Hay que
agregar que no hablaba mucho, más bien callaba, para poder narrar.”
Andrić
posee una enorme capacidad de instrospección. Cualidad que hace afirmar a Petrović
que, aquí, “Todo transcurre adentro. Y desde adentro”.
Signos… se compone de cuatro apartados: “Imágenes,
escenas, estados de ánimo”, “Desasosiegos seculares”, “Para el escritor” e
“Insomnio”. En ellos, uno se topa con la seductora prosa de alguien observador,
tierno, lúcido, agudo, de palpable bonhomía, en constante itinerancia. Pesimista,
casi existencialista, ante la futilidad de la vida y, sin embargo, proclive al
asombro, a quedar absorto ante la belleza de un paisaje o de un rostro
femenino.
Su
afán confesional semeja la desnudez más pura: queda vulnerable, expuesto, ante
los lectores. Aun cuando hace más de cuarenta años trascendió, uno lo siente
cerca y quisiera abrazarlo, decirle que no está solo, que ha tenido esas mismas
pesadillas, esos mismos presagios.
Fragmentario,
aforístico, elabora retratos, despliega panoramas, esparce gérmenes de
historias.
Reflexiona
acerca de la idiosincrasia de diversos lugares donde le toca estar, llámense
Alemania, España o la propia Bosnia. Sobre los alemanes, dice: “Un alemán
promedio –digo ‘promedio’, porque está claro que también ahí es posible todo
tipo de excepciones- no recibe la hospitalidad como un obsequio y un deber,
sino que la aprovecha y la ve como una debilidad de usted”. Respecto a los
españoles, comenta: “les gusta la música, parecen estar locos por ella, pero su
exagerada expansividad no les permite escucharla con calma, sino que tienen que
tomar parte en ella. En realidad, ellos necesitan la música para no tener que
hablar”. Y de los bosnios, afirma: “Aun en nuestra época los bosnios aceptan,
sobre todo si son católicos, muchas ideas que tienen su origen directo en el
medievo”.
Hombre
que vivió a caballo entre dos siglos y atestiguó las dos guerras mundiales, que
fue quedándose solo, no es extraño que medite obsesivamente acerca de la
muerte. Así, valiéndose de pensamientos propios o incluso de terceros, aborda
el tema: “Hablando de un buen amigo nuestro que había fallecido tres años
atrás, alguien se queja: -¡Cuán rápido olvidamos a los que mueren, aun cuando
fueron tan cercanos y queridos durante la vida! –Todos estamos olvidados aun
durante la vida, sólo que esto se ve claramente apenas cuando morimos-dice M.
Todos nos quedamos callados.”
Posteriormente,
declara: “Lo que denominamos ‘la reflexión sobre la muerte’ en los escritores
está muy lejos de la reflexión y todavía más de la muerte. Son tan sólo
nuestros sentimientos de incomodidad y miedo ante la idea de la muerte,
expresados con palabras. El verdadero pensamiento sobre la muerte no encuentra
palabras”.
El
apartado titulado “Para el escritor” resultará un gran gozo para quien comparta
el oficio. Es inevitable sentirse identificado: “A decir verdad, siempre he
deseado una cosa más que cualquier otra: poder describir todo lo que veo y
saber expresar todo lo que siento”; “Sólo habría que escribir cosas puras y
grandes”; “Lo trágico de la belleza consiste en que no puede no existir, pero
tampoco puede durar y mantenerse”; “cuando yo sufro, sin vivir, mi obra vive y
crece alimentándose de mi sufrimiento como si fuera un suelo fértil";
“cuando leemos libros de buenos escritores, ante nosotros ocurren milagros (…)
estamos conectados con otra gente mediante múltiples vínculos secretos que ni
siquiera intuimos, pero se nos revelan por medio de ‘nuestro’ escritor (…); “El
trabajo del escritor es tal que mientras escribe siempre navega a contracorriente” “De aquello que jamás
hubo ni jamás será, los escritores hábiles hacen los cuentos más bellos sobre
lo que sí es”.
Acaso
el párrafo más digno de enmarcarse sea este: “El escritor debe ser callado como
su libro, que descansa en una repisa. Él debe obligar a la gente a que lea sus
libros si quiere saber algo de su personalidad. Y después, debe dejarlos
estafados y decepcionados porque no supieron nada de lo que quisieron saber.
Ese debe ser su castigo por su insana curiosidad”.
Al
terminar de leer Signos junto al camino,
quedan resonando estas palabras: “Estaré en todas partes donde haya canto,
viviré en cada melodía, en los caminos,
en el trabajo y en los hogares humanos”.
Elena
Méndez
______
Ivo Andrić,
Signos
junto al camino
(Título
original: Znakovi pored puta),
Traducción:
Dubravka Sužnjević,
Prólogo:
Goran Petrović,
Col.
Narrativa,
Editorial
Sexto Piso/Universidad Autónoma de Sinaloa,
México,
2016,
560 pp.
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