La
Princesa Nathalie de Lusignan es una mujer que no ha tenido grandes
preocupaciones en su vida. Cuando mucho, le abruma encontrar una buena niñera, ir correctamente
vestida a las múltiples fiestas donde acude, combatir el aburrimiento que le
produce el ambiente tan frívolo como estirado al que pertenece.
Socialité
y mecenas, ha participado, incluso, en cameos de filmes surrealistas que ha
patrocinado y es rostro habitual en publicaciones como Le Figaro, donde suele
aparecer retratada junto al “todo París”.
Sólo
hay un problema: Francia está en guerra. Los nazis se han apoderado de la
capital. Nathalie deberá mudarse a Cannes, zona libre, donde su familia y su
pequeño círculo social se obstinan en fingir normalidad.
Grosso modo, este es el argumento de Son cosas que pasan, espléndida novela de Pauline Dreyfus. Obra que
ha sido finalista de prestigiados galardones como el Goncourt, Giono, Décembre
e Interallié y ganadora del premio Fundación para la Memoria Albert Cohen.
Nathalie,
quien además es Duquesa de Sorrente al haberse casado con Jérôme -un hombre sin
más méritos que su abolengo- resulta embarazada de un amante ocasional,
situación que plantea al esposo, quien acepta al bebé como propio.
Tras
un parto complicado, Nathalie desarrolla adicción a la morfina. Mientras, allá
afuera, todo se desmorona. Los invasores se ensañan, sobre todo, con aquellos
judíos probados o sospechosos de serlo. Para colmo, su madre muere. Una madre
desapegada y liberal cuyas escapadas, sin embargo, siempre fueron tomadas con
naturalidad por Nathalie y sus dos hermanas. Es entonces cuando sale a relucir un
secreto familiar que le concierne. Su madre tuvo una aventura con un judío,
también casado. Y ella es fruto de esa unión.
Se
aferra aún más a la droga, tratando de apaciguar la guerra que se ha desatado
en su corazón por venerar como padre a alguien cuya sangre le es ajena; por tener
que ocultar su origen infamante; por conocer, hasta ahora, qué motivó a su
primer novio a apartarse de su vida; por imaginarse qué ocurriría si contactase
a su verdadero padre…
“¿Qué
es ser judío?”; “¿Qué se le reprocha en realidad a un judío?”, “¿Cómo se
reconoce a los judíos?” se cuestiona obsesivamente, al grado de mostrar su
indignación en público: “Los judíos se han convertido en muertos vivientes, les
está prohibido todo. ¡Están más discriminados que los leprosos en la Edad
Media!”, protesta.
El
depurado estilo de la autora, su ojo para el detalle, su capacidad para
adentrarse en las pasiones humanas y su atinada sátira social recuerdan a la obra
de Irène Némirovsky, a quien, por cierto, se evoca: “Recuerda lo mucho que le
extrañó, e incluso ofendió, que todo el mundo comentase su parecido con la
autora de David Golder (…)”
Marcel
Proust, Édith Piaf y Coco Chanel aparecen como parte del agridulce panorama de
la época. Proust, ninguneado tanto por la suegra como por la madre de Nathalie,
es valorado por ella al hallarlo divertidísimo e identificarse con su
protagonista Charles Swann; Piaf, “una niña mártir cantando entre lágrimas”
ameniza un Año Nuevo, y Chanel denuncia a la princesa Baba de Lucinge por su
origen semita.
Son cosas que pasan habla de todo aquello que es terrible pero que
pretende olvidarse, precisamente porque está destinado a ser indeleble.
Elena
Méndez
_____
Pauline
Dreyfus,
Son cosas que pasan
(Título
original: Ce sont des choses qui arrivent),
Traducción:
Jaime Albiñana,
Col. Panorama
de narrativas,
Editorial
Anagrama,
Barcelona,
2017,
168 pp.
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