“Me interesa, nada más, hablar de lo que me gusta”: con esa
contundencia, José Emilio Pacheco rehusaba la etiqueta de crítico. Se
consideraba, más bien, un “lector vocacional”. Esa faceta se muestra
espléndidamente en su Inventario, columna cultural que publicó durante cuatro
décadas. El tomo II de Inventario contiene
noventa y seis textos publicados entre 1984 y 1992 en el semanario Proceso.
Según Gabriel Zaid, Pacheco “hizo talachas a las que nunca
‘descenderían’ hoy muchos becarios, periodistas culturales e investigadores que
tienen cosas más importantes que hacer que cuidar los intereses del lector
anónimo”.
Pacheco pertenece, como Martín Luis Guzmán, Alfonso Reyes y José
Vasconcelos, a la estirpe de grandes literatos mexicanos que “murieron con la
pluma en la mano”.
Lo que el autor afirmaba sobre Jorge Luis Borges bien puede
aplicársele a él: “vio en nuestra miseria cultural una infinita riqueza: serán
nuestras todas aquellas obras, ideas, estilos de que sepamos apropiarnos. Del
calumniado siglo XVIII español Borges recogió la idea, tan presente en Feijoo y
Jovellanos, de que ningún tema es ajeno, todo debe someterse a crítica y
análisis y ser divulgado y compartido” (p. 219).
Juan Villoro sostiene que Inventario
es el “laboratorio de los muchos escritores que Pacheco pudo ser". Vaya
que sí: hay acertadas mezclas de géneros e ingeniosas apropiaciones en los que
“el ansia de perfección es la única norma”, como establecía Pedro Henríquez
Ureña.
Si bien en el primer tomo se advierte que fueron excluidas las
versiones primigenias de los poemas del autor -por decisión suya-, en este
volumen aparece “Alta traición” en un texto homónimo, donde se abordan la
génesis y metamorfosis de tan celebrado poema.
Pacheco corregía, incansable e implacable, su obra, tal como
Octavio Paz, a quien osa ‘profanar’ con la genialísima “(Pseudo)-Raíz del
Hombre” en ocasión del Nobel que recibiría a finales de 1990.
Alejandro Toledo asegura que Pacheco “de todo lo que comenta
tiene los pelos en la mano”. Baste un ejemplo: al documentarse para un artículo
redactado en 1984 sobre ¿Águila o sol?, se
percató de que no había reseñas de 1951, año en que se publicó ese poemario al
que califica de “deslumbrante”. Tampoco halló estudios posteriores sobre el
mismo.
Acaso la cualidad más celebrable de Pacheco –aparte de su
erudición sin pedantería- sea su profunda autocrítica. No sólo reconoce cuando
se equivoca, sino que admite su manía de corregirse hasta el infinito, hechos
que toma con humor: “el redactor de Inventario
corrige tanto que sus originales parecen escritos a mano y revisados a
máquina” (p. 289).
“En mi opinión, uno está obligado a entregar siempre el mejor
texto posible” (p. 192), aseguraba. Y añadía: “Estoy al servicio de los textos,
no pretendo servirme de ellos” (p. 193). Estaba consciente de que su manía
crispaba a los editores, entre ellos, a Vicente Rojo: “dice que Carlos
Monsiváis y yo no somos escritores, sino reescritores.” (p. 191).
Si Aldous Huxley viajaba con su colección de la Britannica, para rodearse de sabiduría
portátil, con mayor razón podría viajar uno con el Inventario en la maleta, pues sus poco más de dos mil páginas,
repartidas en tres tomos, no se comparan a acarrear los veintinueve volúmenes
que tanto hicieran las delicias del autor inglés y de Borges, a quien sirvió de
inspiración literaria.
Si usted quiere descubrir por qué Alberto Moravia consideraba la
novela A sangre fría como un “libro
inútil y nocivo”, cuánto le pagaban a Anne Sexton por llorar en sus recitales
poéticos, cuál es el libro por cuya
edición llegaron a pagarse quince mil pesos oro –la cifra más alta que haya
alcanzado una obra en español-, cómo influyó Adolfo Bioy Casares en la nouveau roman, en qué se asemejan los
magnicidios del emperador Julio César y el de Álvaro Obregón, en qué radica la
importancia para la cultura mexicana de El
Hijo Pródigo, una revista que “fue a la vez, elegante y pobre”, ante cuál
narrador ruso mostraba benevolencia Stalin, quién de los Contemporáneos soñó la
muerte de Federico García Lorca cinco años antes de que ocurriese, cómo
benefició la minería mexicana a la industria fotográfica y los motivos por los
que el Periquillo Sarniento se volvió
la novela de la corrupción, dese un paseo por estas páginas.
Pacheco alguna vez afirmó: “Creo que el mayor éxito y triunfo
que se puede alcanzar es que lo que uno hace ya no le pertenezca, sino que sea
parte de otra vida”. Él alcanzó ese triunfo en vida: que su obra fuera parte
íntima, entrañable, de la gente. Y ahora, en su ausencia, lo sigue logrando.
Elena Méndez
____
José Emilio
Pacheco,
Inventario. Antología (tomo II),
Col. Biblioteca
Era,
Ediciones
Era/El Colegio Nacional/Universidad Autónoma de Sinaloa/Universidad Nacional
Autónoma de México,
México, 2017,
688 pp.
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