Sala de Redacción es periodismo vuelto literatura. Híbrido lúdico, creado por
Pablo Espinosa, posee un estilo profundo y ligero, preciso y detallado,
documentado sin ser farragoso, objetivo dentro de su subjetividad. Transmite el
goce que el autor encuentra en realizar su oficio, aun en medio de las prisas,
las fechas límites, los implacables cierres de edición.
El volumen contiene sesenta textos que aparecieron,
originalmente, tanto en La Jornada –donde
es el editor de la sección Cultura- como en Revista
de la Universidad.
El volumen fue editado por la Secretaría de Cultura y está juguetonamente
prologado por Elena Poniatowska, quien ha sabido permanecer, como pocos, en
este oficio tan sacrificado y a la vez tan noble.
Dice Poniatowska: “Si ignora que Memoria de mis putas tristes es el libro de García Márquez con más
alusiones a la música clásica, platíquelo con Pablo Espinosa”; “Si cree que las
microóperas de David Bowie son una obra maestra, dígaselo a Pablo Espinosa”;
“Si cree que la voz de Lisa Gerrard es un santuario, persígnese con Pablo
Espinosa”.
Destaca que al autor “nada lo hace más feliz que compartir”. Y sí. Este libro es un manifiesto de su generosidad.
Alfonso Reyes, sabio mexicano pero universal, escribió, incluso,
sobre gastronomía. Adolfo Castañón, su más ferviente discípulo, ha declarado
pretender emularlo hasta en eso. El mismo esfuerzo hay en Pablo Espinosa, que
aspira a la genialidad de Pascal Quignard. Quien haya leído algo del erudito francés,
detectará enseguida esos atisbos en el veracruzano.
Lo quignardesco se observa en su reiterado interés hacia
la música –que el Premio Goncourt ejerció, además-. Los textos de Pablo sobre
este arte dialogan con las reflexiones de Pascal en La lección de música y El
odio a la música.
Asimismo, en ambos hay una perenne indagación sobre el
lenguaje, un incesante cuestionamiento y contemplación del mundo, un perpetuo ironizar
sobre sí mismos.
Otra influencia vital para el autor es Ryszard
Kapuściński –uno de sus entrevistados-, quien sostenía: “Todo periodista es un
historiador”, pues “en el buen periodismo, además de la descripción de un
acontecimiento, tenéis también la explicación de por qué ha sucedido”. Eso es
justamente lo que hace Espinosa: Proporciona al lector contextos, referentes,
recurre a los imponderabilia para
ambientarlo.
Pablo logra la nota porque la logra: hace años, cuando
sus colegas volvían derrotados al serles imposible abordar a la diva francesa
Catherine Deneuve, quien estaba de visita en México y no se comunicaba en
español, él obtuvo la exclusiva, pues hablaba francés.
Esa perseverancia resulta contundente en su entrevista al compositor estonio Arvo Pärt, precursor del minimalismo
musical. Tras años procurándolo, consiguió charlar con él durante su estancia
en nuestro país. Al acompañarlo a la Basílica de Guadalupe, el periodista
atestigua sus lágrimas en un par de ocasiones: cuando brinda caridad a una dama
enlutada y cuando contempla a la Virgen en el ayate. Epifanía pura.
Alejandro Toledo sostiene que José Emilio Pacheco -uno
de los más grandes periodistas culturales de nuestro país- no hablaba nunca “de
oídas”. Lo mismo puede afirmarse de Espinosa, a quien es imposible pescar en un
‘maquinazo’, pues acomete sus textos como algo sagrado, si bien siempre
accesible al lector.
Aunque haya lugares donde nunca estuvo y tiempos que
no le tocaron, dibuja atmósferas, recrea momentos. Incluso lo terrible se torna
sublime. Como cuando refiere el suicidio de María Callas, la divina: “(…) esa
mujer enamorada que nunca alcanzó el amor de quien ella amaba, Aristóteles
Onassis, y cuando éste murió, ella entró en una depresión tan profunda que se
encerró en su departamento de París, donde fue hallado su cuerpo físico la
mañana del 17 de septiembre de 1977 flotando en la tina de su baño. Sola y su
alma. Sola en la Ciudad Luz. Sola y un frasco de barbitúricos al lado de la
tina. Sola entre una multitud de ángeles”.
Espinosa desvela claves artísticas y vitales: el uso
de la aliteración en las canciones de Caetano Veloso; la inconmesurable fe de
Arvo Pärt; el aire festivo de Antonio Vivaldi, realzado por Max Richter; la
lubricidad de James Brown; El íncipit genial de Ígor Stravinski en La Consagración de la Primavera, obra
cuyas ocho notas, extendidas al infinito, pasaron a ser solfas en el sentido de “zafarranchos”; la
ironía en Mozart, freelancer workahólico de gustos sibaritas; la
pantomima como raíz del espectáculo que fue David Bowie; el encanto de la
imperfección y la paradoja en el disco póstumo de Pink Floyd; la fluida
transición de géneros en Nina Simone; la idea del mantra en Terry Riley…
Incluso cuando Pablo habla de otras bellas artes acaba hablando
de música, como en su crónica sobre la compañía dancística Marie Chouinard,
basada en obras de Claude Debussy e Ígor Stravinski –que, ¡oh, paradoja!,
considera “creaciones nacidas del silencio” (p. 287). Asimismo, en su reportaje
sobre el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México -prodigio
arquitectónico donde los haya- entre cuyas esculturas alegóricas se hallan la
Armonía, la Inspiración y la Música: “un gran ángel se sostiene del aire con
sus alas a la manera de un colibrí, para inclinar su cuerpo hacia el violín que
hace nacer músicas dormidas que despiertan en cuanto el hombre bajo el ángel,
concentrado en su escritura, pone en papel de mármol esas notas, para la
posteridad”.
Se recomienda acudir a estas páginas acompañándose
del spotify o del youtube, para disfrutar de su banda sonora, un viaje de lo culto
a lo popular y viceversa.
Sala de Redacción bien podría implementarse como libro de texto en las carreras
universitarias de Comunicación, Periodismo y Letras Hispánicas. Es una cátedra
gozosa y portátil impartida por alguien que en realidad ama su oficio.
Elena Méndez
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Pablo Espinosa,
Sala de Redacción,
Prólogo: Elena
Poniatowska,
Col. Periodismo
Cultural,
Secretaría de
Cultura,
México, 2016,
332 pp.
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