Federico
Traeger (Ciudad de México, 1958) era apenas un adolescente en los años setenta,
época en la que ubica su novela Cuando
todo era para siempre (Alfaguara, 2017), en donde se narra el enloquecido
periplo de los Voorman, quienes súbitamente resultan billonarios al heredar una
fortuna familiar.
Traeger,
proclive a las tramas picarescas, pretende hilvanar una sarta de situaciones
caóticas, dignas de un Xavier Velasco diabloguardanesco y empeñado en
explicarlo todo.
“Poderoso
caballero es don Dinero”, afirmaba Quevedo. Acá en México se dice “Con dinero,
baila el perro”. Es así como, pese a ser unos improvisados, logran realizar sus
despropósitos, pues se apresuran a despilfarrar lo encontrado en el “laberinto
gris” de sus excéntricas tías recién fenecidas, Gerta y Greta.
Entre
sus muchas posesiones, les dejan un gabinete de maravillas y un asistente al
cual adoptan, llamado Florian, hermosísimo ejemplar de raza aria (guiño a los Lebensborn), cuyo único defecto es ser
franco y exasperarse por las barrabasadas de los Voorman, en particular, de
Fernando (el narrador-protagonista) y el Nenito, quienes serían, en estos
tiempos, unos totales mirreyes.
El
primero incursiona en la música; el otro, en el cine, llevados por sus impulsos
falocéntricos.
La
madre y el padre no se quedan atrás en sus ocurrencias: la madre se hace de un
viñedo –según ella, el colmo del refinamiento-; el padre, de un equipo de
futbol –del cual es fanático irredento- y de un circo –por razones
supuestamente altruistas-.
Esto
último remite al manicomio convertido en circo que aparece en Rayuela. Sólo que aquí se omite la
alusión a la clínica mental, pues tanto los Voorman como su corte de
lambiscones están locos.
Más
de una vez me pareció que esta obra hiperbólica, rocambolesca, fársica, poseía
tintes fellinianos: hay un gusto por el absurdo, escenarios y momentos
extravagantes, mujeres-objeto conformes con serlo y un horror vacui interior que siempre pretende llenarse con algo o
alguien.
A
decir del autor, esta es una novela “sicodélica”, una “sátira”. Vaya que sí. Es
sicodélica no sólo por su portada kitsch,
estridente, sino por los alucinógenos que los chicos Voorman y compañía se
meten alegremente y las consecuencias que de ello se derivan.
En
cuanto a la intención satírica, los Voorman son una alegoría del mexicano
racista, elitista, malinchista, acomplejado, embriagado de prepotencia al
escalar socialmente.
Líneas
arriba mencioné que la obra se ubica en los años setenta. Algo hace sospechar
que, de haberse ubicado en esta época, los jovenzuelos y sus damiselas se habrían
sentido bastante cómodos en un reality
como Acapulco Shore, donde
alcanzarían la fama a través de la infamia.
He
leído cinco de los siete libros que ha publicado Traeger. Considero que tiene
mayor fortuna en el género novelístico que en el cuentístico. Sin embargo, tras
leer esto, me queda la sensación de hallarme ante una obra ininteligible, donde
sólo faltó que los personajes fumaran del opio o comieran de los hongos de la
mismísima Alicia en el País de las Maravillas. Cosa verosímil, ante tanta
inverosimilitud aquí reunida.
Recordará
el lector la fábula de “El traje nuevo del emperador”. Pues bien: aquí las
palabras son el material con el que habría de hacerse el traje; el autor es, a
la vez, el sastre y el emperador; y el traje, en este caso, la novela, no se ve
por ninguna parte.
Cabe
añadir que Traeger ha declarado que Iván, protagonista de su libro anterior, Haz el amor y no la cama (2013), gigoló
y negro literario de su patrona: “Es el Federico que me hubiera gustado ser”.
¿Acaso Fernando Voorman es otra proyección, otro wishful thinking del autor? Puede que sí.
Elena
Méndez
______
Federico
Traeger,
Cuando todo era para siempre,
Col.
Narrativa Hispánica,
Alfaguara,
México,
2017,
240
pp.
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