“Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la
desgarradura. Porque todos estamos heridos”, afirmaba la poeta Alejandra
Pizarnik.
De esa evidente desgarradura habla Adriana Dorantes (Ciudad de
México, 1985) en este poemario.
Digna heredera literaria de Pizarnik, se mueve, como ella, entre
el onirismo surrealista y la angustia existencialista, alzando una voz
contundente, deletreando su introspección, arrojándola al mundo.
El yo lírico muestra una lucidez apabullante: la lucidez del que
se sabe con alas maltrechas, con raíces endebles.
La obra consta de 34 poemas y se divide en 3 apartados: “Lotería”,
“Disparos” y “¿No habrá puerta de salida?”. Del primer apartado destacan los
textos “La puerta”, “La luz” y “La eternidad”.
“La puerta” y “La luz” tratan
de cuán vano e ilusorio es todo: “Nunca hubo una puerta,/estuvimos rascando
promesas entre nosotros mismos/alrededor de infinitas paredes que nos mostraban
formas engañosas.//Un laberinto de escamas pétreas./Un abismo./Nada.” (p. 11); “Quiero
ser una luz que sobresalga,/pero sólo puedo quedarme atrapada entre mis
moribundos destellos.” (p. 15). Mientras que en “La oscuridad” el ser se sabe
maldito, condenado: “(…) mutilaba flores porque la soledad de su centro era más
bello que sus/ pétalos.// Sé que nací con un miedo antiguo:/ una angustia
enternecida sudando sobre la piel” (p. 19).
El segundo apartado, como su nombre indica, se compone de textos
breves y letales. Incluso, epigramáticos, como los poemas 5 y 8, que se citarán
íntegros: “Yo deseaba la eternidad/ sin
saber que lo único eterno es el eco, la vacuidad,/ la mudez.//Caer
perpetuamente sin morir:/ esa es la única eternidad que nos contempla en sus
planes,/ los únicos yerros,/ las únicas sales.” (p. 33);“Me dijeron que había
que creer./Pero nunca supe más de plenitud que cuando abandoné toda creencia.”
(p. 36).
En el tercer apartado, que da título al volumen, se reafirma la
conciencia de la futilidad: “nada digno hay en preservar lo marchito,/mienten
los bardos que han narrado mi condena”, concluye “Oscuras raíces” (p. 52).
Esa conciencia de la futilidad abarca, incluso, el ámbito amoroso.
Será en vano intentar escaparse, como hubiese querido el “Segundo Prometeo”,
uno de los mejores poemas de este volumen: “Cuando el dios robó el fuego/no
sabía que habría de pasar el resto de sus días en la cima/cumpliendo un castigo
eterno.// Con el destino y la faz de un segundo Prometeo,/cuando yo amé tampoco
lo supe: habría de sufrir todos los días/sin piel que me guardara; las manos
atadas e impedida.//Repito el castigo:/miro tu andar indiferente,/ sé que el
silencio de tus ojos/y tu voz indispuesta/son las aves rapaces que vienen cada
día/al festín eterno de mis entrañas.” (p. 55).
El poema final, llamado justamente “¿No habrá puerta de salida?”
habla de sobrevivir a pesar de las ideas fatalistas y el ambiente viciado: “yo
quería ser, existir, permanecer,/vivir el presente sin anhelar, sin huir” (p.
59); “Escogí permanecer./Permanezco” (p. 60).
Pizarnik declaró alguna vez: “Creo que la única morada posible
para el poeta es la palabra”. Dorantes, como buena discípula suya, adopta esa
creencia, la vuelve un credo, ese credo que la hace permanecer y cantarle a esa
herida fundamental que zurce con versos, que restaña en medio de un silencio
que hace eco.
Elena Méndez
____
Adriana
Dorantes,
¿No habrá puerta de salida?,
Casa Editorial
Abismos,
México, 2016,
62 pp.
Commentaires