No fue la inspiración, sino la rabia y la claridad las que
movieron a Valeria Luiselli (Ciudad de México, 1983) a escribir Los niños perdidos (Un ensayo en cuarenta preguntas), que es una denuncia, una
protesta, acerca de las infamias sufridas por los niños centroamericanos que se
ven forzados a migrar a Estados Unidos.
Este breve ensayo cuenta, asimismo, como crónica y reportaje.
Editado por Sexto Piso a fines del 2016, justo cuando iniciaría la tan temida
era de Trump, es un texto oportuno y bien documentado, pero sobre todo
valiente, acerca del tema.
Luiselli, a la espera de la Green Card que le permitiría seguir
viviendo y trabajando en Nueva York al lado de su familia, optó por presentarse
como intérprete voluntaria en una corte migratoria de dicho estado: “quedó
pasmada ante las noticias del incremento en el flujo de niños refugiados
durante el verano del 2014” (p. 9), como bien apunta el prestigiado periodista
estadounidense Jon Lee Anderson en el prólogo.
La acompañó una sobrina de 19 años. Juntas atestiguaron la
frialdad burocrática y el panorama aterrador del que intentaban huir esas
criaturas, víctimas de la codicia de los ‘coyotes’, de la Border Patrol, de la
miseria, de una sociedad podrida.
Luiselli se nota enfurecida. Corrijo: encabronada. Y con justa
razón. Registra puntualmente cada una de las cuarenta preguntas que debió
efectuar a menores recelosos, angustiados, aterrorizados, que muchas veces no
sabían que decir o no querían responder algo que obviamente podría
perjudicarlos a ellos y a sus allegados.
La autora aporta datos duros acerca del implacable sistema
migratorio estadounidense y las tragedias que tan terrible situación ha
acarreado. Por citar algunos: “Más de medio millón de migrantes mexicanos y
centroamericanos se montan cada año a los distintos trenes que, conjuntamente,
son conocidos como La Bestia” (p. 24); “algunas fuentes estiman que desde 2006
han desaparecido más de 120 mil migrantes en su tránsito por México” (p. 27);
“Los estados con mayores cifras de niños entregados a guardianes que asisten a
su cita en la corte son Texas (más de 10 mil niños), California (casi 9 mil) y
Nueva York (más de 8 mil)” (p. 49); “entre abril de 2014 y agosto de 2015
llegaron más de 102 mil menores” (p. 39).
Luiselli, que tiene una niña pequeña, no pudo evitar
involucrarse emocionalmente: le contaba a su hija las historias que más le
conmovían, e intentaba darles un final feliz, aunque la realidad fuese ominosa.
Entre esas historias se encuentran la de las hermanitas
guatemaltecas que no podían quitarse su único vestido, donde la abuela les había
bordado, al interior del cuello, un número telefónico por si algo les pasaba; y
la del adolescente hondureño acosado por pandilleros y cuya denuncia del caso,
sucia, arrugada y doblada mil veces, que llevaba en el pantalón, le sirvieron
para constatar que, efectivamente, corría peligro en su país natal y era
recomendable nunca volver.
Destaca la capacidad de Luiselli para empatizar con los menores,
así como su fuerte encono contra los sistemas de nuestro país y el vecino: “al
sur del río Bravo somos críticos feroces de Estados Unidos y su maltrato a los
migrantes y, aunque casi siempre somos bastante laxos e incluso
autoindulgentes, a la hora de juzgar las políticas migratorias mexicanas y el
trato general que México le da a los inmigrantes, sobre todo si son
centroamericanos” (p. 41); “Los niños que cruzan México y llegan a la frontera
de Estados Unidos no son ‘migrantes’ no son ‘ilegales’ y no son meramente
‘menores indocumentados’; son refugiados de una guerra y, en tanto tales,
tienen derecho al asilo político” (p. 77).
Luiselli, radicada en Harlem, fue catedrática de la Hofstra
University, ubicada en Hempstead -ambos rumbos con fama de temibles.
Confiesa que empezó a escribir este libro justo un año antes de
que se publicara, y que se vio obligada a hacerlo mientras se hallaba en el
limbo existencial: “Sabía que, si no escribía (…) enloquecería. Y sabía que si
no escribía esta historia (…) no tendría ningún sentido volver a escribir nada
más” (p. 84).
La experiencia en la corte migratoria neoyorkina transformó
también a su joven sobrina, quien decidió estudiar Derecho, en solidaridad con
las injusticias atestiguadas.
Luiselli aprovechó su cátedra de Advanced Conversation, cuya
única línea era la de hablar en español con sus alumnos, para transmitirles lo
visto en la corte. Y transformar esa rabia, esa claridad, en esperanza, en acción:
sin quererlo, los impulsó a organizarse para formar la Teenage Immigration
Integration Association (TIIA) y hacer algo por esos pequeños extremadamente
vulnerables.
Como afirma Jon Lee Anderson respecto a este libro, “todo aquel
que lo lea no se arrepentirá, ni lo olvidará tan fácilmente”.
Elena Méndez
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Valeria
Luiselli,
Los niños perdidos
(Un ensayo en cuarenta preguntas),
Prólogo: Jon
Lee Anderson,
Traducción del
prólogo: Eduardo Rabasa,
Col. Ensayo,
Editorial Sexto
Piso,
México, 112 pp.
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