Ignacio Padilla (Ciudad
de México, 1968-Guadalajara, 2016) fue un escritor prolífico y brillante que
gozó en vida de numerosos reconocimientos a su obra y del aprecio del público.
El azar dispuso que dejase a sus lectores un título que coronara su imaginación
inmortal: Inéditos y extraviados
(Océano, 2016).
Este volumen se divide
en dos apartados y reúne 28 textos, precedidos por una “Advertencia” que
estremece, por obvias razones: “Se trata acaso de fragmentos de novelas,
cuentos u obras teatrales perdidos o de una sola obra: aquella que infatigablemente vamos escribiendo mientras nos llega la
muerte (cursivas mías)” (p. 12).
25 de los relatos
pertenecen al género “trenes”, creado por Padilla, quien declara: “así decidí
llamar a este género de textos hace tantos años que he olvidado
mis razones para hacerlo” (p. 10);
mientras que el resto compone un “aviario tríptico”, un bestiario de
seres aéreos.
En el primer apartado,
titulado “Todos los trenes”, se homenajea al escritor italiano Giorgio Manganelli, cuya
obra Centuria “recoge, en efecto,
cien novelas-río, pero trabajadas de maneras tan anamórficas que aparecen ante
el lector como textos de pocas y descarnadas líneas” (p. 11). Y sí: al abordar
los trenes padillescos, se recorren distancias aparentemente cortas, pero de un
paisaje que debe descifrarse con tiento.
El autor reescribe
clásicos, con gran fortuna. Así, en “Uno” el “Happily ever after” de la Bella
Durmiente no es tal, pues padece la desgracia de haber sobrevivido al letargo;
en “Siete”, el monstruo creado por el Dr. Frankestein decide asumir su fatal
destino; en “Veintitrés”, todos los genios que habitan lámparas maravillosas se
ven condenados a estafar a sus amos.
Me pareció ver cierta
influencia cortazariana en “Catorce”, ya que las transgresiones cometidas por
los personajes de una novela, su autor y un lector obseso remiten un tanto a su
“Continuidad de los parques”. Por otro lado, en “Nueve” se actualiza el mito
del Minotauro, tal como hiciera Borges.
Pululan seres con vidas
infelices: un dragón vuelto paria tras extraviar sus documentos de identidad
(“Diecinueve”); un aficionado a la quiromancia al que nadie quiere leerle la
suerte (“Veinte”); un aspirante a artista, que abandona a su amada con tal de
crear una obra maestra surgida de ese dolor (“Veinticuatro”); un espadachín que
se cuestiona su lealtad al reino (“Ocho”); un rey que no supo valorar la paz en
sus dominios (“Dieciséis”)…
Esa infelicidad los
hace buscar Otra Realidad Posible, adentrándose en la Fatalidad. Llegan a
involucionar, incluso, como los pobladores de aquella ciudad bombardeada que
deciden instalarse en el pasado (“Dieciocho”).
El segundo apartado,
“Extravíos de lo inútil”, abre con “Santa Elena en ayunas”, que refiere el
insólito periplo de las reliquias de los Reyes Magos. “Sino sus alas” revela el
ambivalente significado religioso de las palomas. “Navigatio prima” narra la
desafortunada expedición de Lotario, un hombre ambicioso de conocimiento, a la
Isla de los Pájaros, donde su imprudencia lo enfrenta a algo que jamás debió
descifrarse.
Este pequeño bestiario
remite a Voltaire, que escribió sobre asuntos bíblicos, como en su cuento “El
toro blanco” acerca de Nabucodonosor, rey babilonio citado en “Santa Elena en
ayunas”. Ambos autores, con gran socarronería, ponen constantemente en duda la
verosimilitud de sus historias. Tanto en “Santa Elena (…)” como en “Sino sus
alas”, se confrontan diferentes versiones sobre un mismo hecho; mientras que en
“Navigatio prima” un traductor, el arcediano Grisóstomo, hace llegar a la reina
Clotilde su traducción de un fragmento del testimonio escrito por el malhadado
viajero. El clérigo solicita protección, pues habrá quien tome a mal los
misterios allí expuestos.
Inéditos
y extraviados prueba que la Literatura, bien hecha,
concede la inmortalidad.
Elena Méndez
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Ignacio Padilla,
Inéditos
y extraviados
(Col. Hotel de las Letras),
Editorial Océano,
México, 2016,
156 pp.
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