Federico Campbell dejó un libro
póstumo para regocijo de sus lectores: Padre
y memoria (Océano, 2014), publicado originalmente por Ediciones Sin Nombre
en 2009.
El título recopila 51 gozosos
ensayos donde se diserta sobre la relación de un puñado de famosos escritores
con sus padres. Asimismo, habla acerca del vínculo entre las neurociencias y la
literatura, los sentidos y la memoria.
Si el padre otorga el germen de
vida, eso lo convierte en creador. Y la memoria nos vuelve personas, nos crea.
Y la literatura, obra de la memoria, es la creación por excelencia. Entonces
Campbell, en este libro, a final de cuentas siempre acaba hablando de la creación,
implícita o explícitamente.
En una entrevista que me concedió
el autor a fines del 2008, me respondió, al cuestionarlo sobre la memoria: “la
memoria es nuestra identidad personal (…) pienso que en la capacidad
distorsionadora reside el secreto de la creación literaria”.
Ideas desarrolladas ampliamente,
claro, en este libro, donde concede brillantísimas páginas a autores como
Borges, Cervantes y Rulfo. A este último lo conoció personalmente. De él
asevera: “Rulfo era la literatura misma” (p. 77); conclusión a la que llega
porque “tuvo que morir (…) para que en retrospectiva me empezara yo a dar
cuenta de que su hablar era su escribir y de que, por tanto, nunca dejó de
escribir (…)” (p. 258).
Para el tijuanense, “Borges tenía
un número finito de temas y obsesiones” (p. 169). Y uno de ellos era,
precisamente, la memoria, al que consagró estupendos cuentos, como “Funes el
memorioso”, y “La memoria de Shakespeare”, en los que una memoria privilegiada
torna nefasta la existencia de sus poseedores.
Mientras que en Cervantes
–sostiene- “es tal la libertad de su inventiva que se permitió todo género de
digresiones y de ‘novelas dentro de la novela’ ” (p. 114). En el Quijote
“don Alonso Quijano está jugando a ser otro, el caballero andante (…) se hace
pasar por loco porque se está entregando a la fantasía que anhelan todos los
hombres y por el deseo de vivir otras vidas” (p. 116).
En el texto “Entre la ciencia y
la literatura” Campbell afirma: “Una de las cosas que más me han fascinado de
las neurociencias en los últimos años es que de pronto un descubrimiento
conseguido en el campo de la neurobiología ya había sido entrevisto por la
literatura” (p. 69). Cita el caso del neurólogo inglés Oliver Sacks, quien “se
mueve dentro de lo mismo que siempre ha llamado la atención de los escritores:
la experiencia y la memoria, la percepción y la distorsión del tiempo y del
espacio” (p. 82). Añade que sus ‘neurohistorias’ poseen “una amenidad
disfrutable por cualquier lector no especializado” (p. 83).
El propio Sacks explica que “toda
percepción es una creación, toda memoria una recreación: el hecho de recordar
no es sino relacionar, generalizar, categorizar” (p. 83).
Tarea en la que Proust era un
experto: “no es extraño que neurólogos como Gerald Edelman o Israel Rosenfield
reconozcan que Marcel Proust fue quien mejor llegó a imaginar cómo se mueve la
memoria” (p. 91); esto, debido a que “intuyó cómo funciona la memoria y altera
–o colorea de otra manera- la materia
recordada” (p. 94). Para Campbell, el secreto del novelista francés consiste
“en que para recordar algo tenemos que recordarlo mal. Luego está la función
del olvido, indispensable para pensar. Para editar el pensamiento. Olvidar es
tan importante como recordar” (p. 96).
En cuanto al tópico
paternidad-literatura, atisba una iluminación, que bien puede resumir la
esencia de la obra: “A lo largo de la vida uno emprende –como Juan Preciado que
se dirige a Comala para encontrar a Pedro Páramo- la búsqueda del padre, pero
más o menos a la mitad del camino de la vida uno recrea, reconstruye al padre
que le faltó. Tal vez la escritura no sea sino un esfuerzo por resarcir la
figura del padre perdido” (p. 42).
Elena Méndez
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Federico Campbell,
Padre y memoria,
Editorial Océano,
Col. Océano Exprés,
México, 2014,
280 pp.
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