José
Emilio Pacheco gozó en vida de ser profeta en su tierra y en otras tierras.
Cinco años antes de su muerte recibió los dos máximos galardones literarios en
lengua española: el Reina Sofía y el Cervantes.
De
manera póstuma, se publica Los días que
no se nombran (Ediciones Era/El Colegio Nacional/UNAM, 2014), donde se reúnen
350 textos, pertenecientes a trece títulos, escritos a lo largo de 52 años.
El
volumen contó con la colaboración de Jorge Fernández Granados, quien también hizo
un esclarecedor prólogo, bastante útil para los legos, ya que en él revela las
claves que conforman la lírica de Pacheco. Por citar algunas: su lúcido
pesimismo, la ironía, la alegoría, la fábula, la despersonificación.
Hombre
de gran memoria, obsesionado con el tiempo, Pacheco realiza un “drama en
géneros”, a decir del prologuista, por la habilidad con que entrelaza distintos
géneros literarios en su obra, sin sonar jamás rebuscado o pretencioso.
Y
es que sólo ambicionaba “el testimonio del momento inasible/las palabras que
dicta su fluir el tiempo en vuelo” (p.74).
Pacheco
llora las ruinas de su ciudad amada, ora Tenochtitlan, ora capital de la Nueva
España, ora simplemente México, devastada por la codicia o por la furia
telúrica.
Cito
una estrofa del monumental poema “III”, donde la nostalgia se confunde con la
rabia: “La ciudad en estos años cambió tanto que ya no es mi ciudad, su
resonancia/de bóvedas en ecos./ Y sus pasos ya nunca volverán.” (p.25).
Hay
un continuo reflexionar sobre el oficio poético, así como una postura
antisolemne sobre sus protocolos.
Para
Pacheco, “La poesía tiene una sola realidad: el sufrimiento” (p.45). Y así, en
“Contra los recitales”, explica por qué descree de los mismos: “Si leo mis
poemas en público/le quito su único sentido a la poesía/hacer que mis palabras
sean tu voz,/por un instante al menos” (p.75).
Pacheco
depuró tanto su poesía que fue capaz de hacer textos de una o dos líneas: es el
caso de “Sor Juana” y “Alabanza”. Cito ambos: El primero dice: “Es la llama
trémula/en la noche de piedra del Virreinato” (p.88). Imagen que resume la
esencia de la Décima Musa. Y el segundo: “En silencio la rosa habla de ti” (p.228),
donde se infiere, por el título, que va dedicado a una persona amada.
El
autor se sirve de la naturaleza para alegorizar la existencia humana. En ello,
su poesía recuerda a la de Eduardo Lizalde. Cito un fragmento de “Filozoofía”:
“El halcón sólo sabe dar muerte. Debe su orgullo al sentirse del lado del
poder, entre los vencedores. Seguro de cómo funciona el mundo y de quiénes
ganan las guerras, el halcón me observa, me desprecia y alza el vuelo” (p.346).
Otra
alegoría destacable es “Circo de noche”, donde una serie de personajes esperpénticos
encarnan lo más abyecto, aquello que pretende ocultarse y al mismo tiempo es
objeto de morbo. Cito: “Todas las dinastías imperiales/tienen fieros palacios,
hondas prisiones/para aquellos que son de nuestra especie” (p.250); “Mírense en
el espejo: llevan muy dentro/lo mismo que en nosotros se hace visible.//
Ustedes son para nosotros fenómenos./ Ustedes son los monstruos de los
monstruos” (p.253).
Pacheco
retoma pasajes bíblicos, como los de Caín y del rey David y la Sunamita,
respectivamente. En este último poema, hace hablar al legendario monarca,
decrépito e inmerso en la melancolía: “Se han olvidado mis salmos/y mi salterio
está cubierto de polvo.// Es mejor que te vayas, Abisag./ Déjame a solas con la
muerte” (p.208).
Coexiste,
aquí, lo efímero y lo indeleble: “Mañana/ya no habrá rosas/pero en la
memoria/continuará su incendio” (p.190).
Pacheco
temía el olvido que llega con la muerte: “Un día que ya figura en el
calendario/alguien también cancelará mi nombre” (p.289). Mas todo lo contrario
ha ocurrido: en nuestra memoria florecen sus palabras ardientes.
Elena
Méndez
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José Emilio
Pacheco,
Los
días que no se nombran. Antología personal/1958-2010,
Col.
Biblioteca Era,
Ediciones
Era/El Colegio Nacional/UNAM,
México,
2014,
440 pp.
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