Irène Némirovsky tuvo una vida segada prematura y
cruelmente. Nacida ucraniana, su fallido intento de nacionalizarse francesa
derivó en la infamia nazi. No obstante, legó a la humanidad una obra bastante
respetable.
Su novela más afamada, Suite francesa,
fue descubierta hace una década por sus hijas y ha sido traducida a 39 idiomas.
Mereció el premio Renaudot de forma póstuma.
En El malentendido,
publicada originalmente en la revista Les
Oeuvres Libres en 1926, se editó por Fayard en 1930 y es
reeditado de nuevo en español por Salamandra, 83 años después.
En esta brevísima novela, la autora
aborda la imposibilidad del amor: sus claroscuros, su dejo agridulce.
Yves Harteloup, otrora joven
burgués, pierde su fortuna a causa de la Primera Guerra Mundial, donde reina
“la muerte convertida en compañera habitual, que camina a tu lado
y duerme en tu refugio” (p. 20). Logra sobrevivir y se ve forzado a ejercer su
carrera en Letras, ingresando a una agencia informativa.
Sin embargo, aún conserva sus
gustos sibaritas; entre ellos, el de veranear en Hendaya, ubicada en la Costa
Vasca. Ahí conocerá a una hermosa socialité,
Denise Jessaint, con quien queda impresionado.
Al principio, el sentimiento no
lo avasalla: “Para Yves, la presencia de Denise era tan natural y al mismo
tiempo tan extraordinaria como la del océano. (…)Denise carecía de secretos, y
por tanto, de misterio” (p. 32).
La ausencia del esposo, que debe
viajar a Londres, favorece el trato entre Yves y Denise, quienes van
encariñándose sin percatarse. Llega el momento de la confesión amorosa, justo
antes de sus respectivos retornos a París, a principios de otoño.
A los enamorados no sólo los
separa la posición encumbrada de la dama, sino que ésta es casada con un
excolega militar, y madre de una nenita. Sus caracteres distan de ser
semejantes: mientras que Denise es “una de esas mujeres que no entienden el
amor si no es eterno” (p. 56), para Yves “el único placer que merecía la pena
era el de la primera vez” (p. 22).
Ya en París, Denise siente cierta
desilusión al constatar el escaso tiempo que Yves puede consagrarle. Y porque
no logra arrebatarle un Te amo: “prefirió pasarlo por alto, cerrar los ojos, no
ver, no estar segura, para no perderlo, sobre todo no perderlo” (p. 69).
Ambos agonizan: Para Denise, todo
se reduce a esperarlo, y llega a temer una infidelidad; idea que descarta
pronto, pues “no tenía ni tiempo, ni ocasiones, ni siquiera tentaciones,
seguramente” (p. 76).
En cambio, a Yves “en el fondo
aquella relación sólo lo cansaba (…) tendría que estar siempre moralmente en
esmoquin” (pp. 95-96); por lo cual se demora adrede en llegar a sus citas:
“Cuando estaba seguro de que la vería, posponía el momento del encuentro cuanto
podía, tanto por desgana como por pereza” (p.96).
Su novia lo percibe como egoísta.
Pero, en realidad, “Yves no deseaba convertir a aquella mujer joven y bonita,
buena y alegre, nacida para reír, amar y ser dichosa, en la confidente de sus
mezquinos e incontables problemas (…)” (p. 95).
El desapego de su pareja vulnera
la ingenuidad de Denise, a quien su madre perspicaz y un primo socarrón
aconsejan tener malicia. Sus consejos hacen eco en ella, quien urde una
estratagema desesperada para retener a Yves, cada vez más soturno.
Resulta destacable la manera en que
Némirovsky consigue recrear los mudables ánimos de uno y otra; las barreras que
se ponen a sí mismos, y entre ellos, para ser plenamente felices.
Asimismo, sorprende la exquisitez
del lenguaje, que roza lo lírico sin edulcorarse en momento alguno; los
profundos contrastes entre el París ocioso y el trabajador, alegorizados por Denise
e Yves, respectivamente.
El
malentendido se lee en un suspiro: el suspiro que uno
lanza al comprobar cuán frágil, cuán imposible resulta el amor.
Elena
Méndez
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Irène
Némirovsky,
El
malentendido
(título
original: Le Malentendu),
traducción:
José Antonio Soriano Marco,
Ediciones
Salamandra,
Barcelona,
2013,
160 pp.
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