El olfato es el sentido con mayor capacidad de despertar
recuerdos dormidos. A esto los científicos lo han denominado Fenómeno de Proust,
en honor al literato francés Marcel Proust, cuyas magdalenas remojadas en té
desataron las evocaciones de su protagonista en la novela En busca del tiempo perdido.
Los episodios vitales ligados a un olor producen recuerdos más
vívidos que los asociados a otros estímulos. Por ello, el olfato y la memoria
se hallan estrechamente relacionados.
Philippe Claudel (Dombasle-sur-Meurthe, 1962) en su nuevo libro, Aromas (Salamandra, 2013) ha hecho una especie de brevísima
enciclopedia de olores íntimamente ligados a su devenir existencial.
Para él, “Alinear nombres, oler sus sílabas, es escribir el gran
poema del mundo y sus profundos deseos (…) Cada palabra trae al recuerdo un
lugar y sus olores” (p. 158).
Los 63 textos –mezcla de prosa poética, ensayo y crónica- aparecen
dispuestos en orden alfabético. Ahí, comparte su muy particular Fenómeno de
Proust, trazando una geografía olfativa, tanto de aromas, sutiles – “Acacia”,
“Despertar”, “Sábanas limpias”-, como penetrantes -“Estiércol”, “Munster (un
tipo de queso), “Urinarios” -que marcaron diversas experiencias en su vida.
En “Canela”, el autor relaciona esta cara especia con la
Navidad, donde ésta es una “Invitada
exótica”, que brinda un gran sabor al Strudel de Manzana, con su “embriagadora
música olfativa de invierno y fiesta, estupefaciente legal capaz de convertir
en elegante y refinado hasta el dulce más francés, aportándole realmente la
belleza de un ‘acento’ (p. 36)”.
En contraste, “Carroña”, si bien evoca descomposición y
pestilencia, también tiene su encanto: “Flor insoportablemente extrema, la
carroña es discreta, como si no se atreviera a mostrarse. (…) Lo viviente,
avergonzado, se ha refugiado en la fetidez” (p. 45).
En “Col”, el autor afirma su gran voracidad por esta hortaliza,
que posee “El olor de los condenados” (…) Es tenaz hasta en su ausencia (…) no
es nadie (…) éste ese el motivo de que por mucho tiempo haya sido el alimento
de quienes no eran nada y de que siga impregnándolos.” Y añade: “Espero seguir
apestando a col mucho tiempo” (p. 52)
Uno de los textos más logrados es “Habitaciones de hotel”, de la
cual expresa: “La habitación de hotel no tiene sexo. O, en todo caso, es
hermafrodita (…) Es una puta que cierra los ojos y no besa. (…) se impregna de
nuestros olores para engañarnos con mayor facilidad y luego se libra de ellos,
como se libra de nosotros. Su verdadero olor es el de nuestra brevedad y
nuestra inconsistencia (pp. 82-83)”.
Otro texto sublime es “Niña dormida”, donde registra las
sensaciones que le produce contemplar a su hija mientras descansa: “Nada puede
decirnos mejor lo que somos, o lo que fuimos, que el olor de la piel de una
criatura que, entregada al sueño, descansa en su cama con la boca entreabierta,
sin ningún miedo o temor (…) porque sabe que estamos cerca, muy cerca de ella,
dispuestos a alejar las tinieblas, a disolverlas o, en caso contrario, a
negarlas” (p. 107).
En “Sexo femenino”, Claudel se confiesa devoto del mismo: “Los
dedos y los labios que se acercan a soñar en el sexo de las mujeres conservan
largo, largo rato el recuerdo de su aroma, como si éste no quisiera morir,
igual que nosotros, que tampoco queremos, salvo quizá entre sus muslos, como en
el más hermoso de los sueños” (p. 135).
Los olores son, para el francés, “barcas a la deriva que nos
mecen suavemente” (p. 157).
Gratos o infaustos, todos encierran una poesía secreta para él.
Observa con gran agudeza: “Nuestro mundo sueña con ser inodoro,
es decir, inhumano (p. 151)”. A lo cual se
opone, recordándole al mundo que aun en lo putrefacto hay belleza, hay vida; como
en “Cementerio”, de donde pueden surgir “efluvios de fuente silvestre” (p. 50).
Elena Méndez
___
Philippe
Claudel,
Aromas
(título
original: Parfums),
traducción:
José Antonio Soriano,
Col.
Narrativa,
Ediciones
Salamandra,
Barcelona,
2013,
160 pp.
Commentaires