Hernán Lara Zavala (Ciudad de
México, 1946), considerado por Carlos Fuentes “uno de los escritores mexicanos
más cultos y reticentes”, pertenece al selecto grupo de autores
latinoamericanos que crean un espacio ficticio para ubicar ahí una gran obra
literaria. Por citar algunos: Juan Rulfo con su Comala; Juan Carlos Onetti con
Santa María; Gabriel García Márquez con Macondo.
En De Zitilchén, cuya tercera edición, publicada por el Fondo de
Cultura Económica coincide con los treinta años del lanzamiento de este “work
in progress” –pues se ha ido enriqueciendo con textos nuevos cada que se vuelve
a editar-, Lara ilustra el antiguo refrán:
“Pueblo chico, infierno grande”.
Y es que en estas 19 historias
el lector acude a las intimidades de una comunidad rural, localizada “en el
punto Put, (…) la exacta intersección de la Y que forman los estados de
Yucatán, Campeche y Quintana Roo. Se localiza precisamente a los 89◦ 30’ de
longitud y 19◦ 40’ de latitud a 56 metros sobre el nivel del mar en la
península” (p. 150)
En “El Padre Chel”, el clérigo
se convierte en Donjuán con sotana. Como él refiere en su confesión escrita:
“¿Qué se puede hacer cuando una mujer se aferra
a uno como un náufrago a una tabla de salvación?” (p. 96).
En “Infierno Grande”, el cura Humberto
vuelve tras una prolongada ausencia, para ser nombrado obispo, sin imaginar que
se reencontrará con su pasado pedófilo.
Como señala el padre Chel,
“Zitilchén está inundado de sexo (…) el sexo está trabado con la astucia y cada
quien tiene que ingeniárselas para procurárselo” (p. 93). La lujuria también
será la perdición de otro habitante ilustre, don Facundo Sánchez, quien se encapricha
con la esposa de un empleado suyo, volviéndose burlador burlado en “La
seducción”.
El deseo adolescente aparece en
“A la caza de iguanas”, donde unos chiquillos contemplan a una mujer bellísima entre
los manglares. Para ellos se trata de la mítica Xtabay, que causaba la
desgracia de sus admiradores.
Y en “Flor de Nochebuena”, un
jovencito se fascina al ver a su prima Sandra, convertida ya en una señorita
que le inspira deseo.
En “Lizbeth”, el chico, ya hombre,
recuerda nostálgico a Lizbeth, la muchachita que amaba a los 13 años: “Cuando
me enteré de su muerte, tuve la impresión de que aquello que había sentido
inadvertidamente a los trece años. No, no lloré. (…) Lizbeth no lo leerá jamás,
ni se enterará de lo que logró sembrar como arcángel en mi torpe e inexperto
corazón” (p. 270).
Asevero que se trata del mismo
protagonista en los tres relatos, por pistas que el autor lanza astutamente,
como al mencionar que los cheneros le llaman “huacho” por provenir del DF. Ese
mismo jovencito es el que el anciano médico Indalecio Baqueiro, personaje
principal de “Legado”, cree que sería el idóneo para redactar la crónica del
pueblo: “Tal vez aquel muchacho que venía en sus vacaciones a Zitilchén a ver a
sus abuelos, el que había tenido oportunidad de estudiar y que ostentaba
ambiciones de escritor” (p. 143). Tarea que, sin embargo, alguien más realiza,
y que le reclama de manera airada a un tal Hernán en “Carta al autor”: “No
alcanzo a ubicar tu literatura ni dentro del costumbrismo ni del indigenismo y
menos del realismo, ya sea mágico o realismo a secas” (p. 151). Más adelante,
prosigue: “Algunos cuentos me parece que pecan francamente de falta de respeto
hacia algunas personas prominentes de Zitilchén. Llegas incluso a insinuar
graves acusaciones de dudosa evidencia (p. 152)”.
La presencia ficcionalizada del
autor, además de los profusos referentes reales que aparecen (geográficos,
gastronómicos, religiosos, industriales, entre otros) le otorgan verosimilitud
a la obra, haciéndole al lector preguntarse cuánto habrá de verdad en Zitilchén,
aunque de sobra sepa que es un espacio imaginario, lo cual no demerita su
condición de apasionado-apasionante.
Elena Méndez
___
Hernán Lara Zavala,
De
Zitilchén,
Col. Letras Mexicanas,
Fondo de Cultura Económica,
México, 2012,
272
pp.
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