
El
narcotráfico es una industria ilegal predominantemente masculina, si
bien a últimas fechas las mujeres han ido cobrando importancia dentro de
ella, ya sea de manera activa, al involucrarse dentro del negocio, o
bien indirectamente, al ser parejas de los capos, quienes suelen
ostentarlas como objetos de lujo, manipulables y prescindibles a
voluntad.
Una
de esas “buchonas” (como se les denomina a esta clase de mujeres:
jóvenes, bellas, desinhibidas, osadas) es Fernanda Salas, protagonista
de la novela Perra brava, ópera prima de la regiomontana Orfa Alarcón.
Fernanda,
joven universitaria originaria de Monterrey, narra su propia historia,
conmovedora y jocosa a la vez, inmersa en una violencia que no por
cotidiana resulta normal: huérfana desde la infancia luego de que su
padre ultimara a su madre, se enrola ya en sus veintitantos con Julio
Cortés, un sicario con quien vive en amasiato. Como ella misma dice:
“(…) yo no había sido niña a los seis años desperté y ya era grande y ya
sabía del infierno y de la sangre y cuando abrí los ojos estaba Julio y
sus ganas de matar nunca me intimidaron porque yo siempre quise morirme
por eso había acomodado mi cuello entre sus dientes (p. 58).”
Como
toda perra brava que se precie de serlo, ella ladra, muerde, devora,
descuartiza, marca su territorio, arrebata. Aunque se halla
permanentemente custodiada por los Cabrones (a quienes el periodista
Diego Enrique Osorno identifica con los Zetas), ella se las ingenia para
darse sus escapadas, inocentes o no, para comprobarse a sí misma que
todavía tiene un poquito de independencia.
Fernanda,
“animal hostil”, lo mismo es capaz de inculparse ante la justicia al
sembrársele pruebas que de amedrentar en el tráfico a una señora, por
puro gusto; de temer por su hermana y por su pequeña sobrina-su única
familia- que de sentir un deseo irreprimible por vengarse del padre, a
quien manda “levantar” sin mayores contemplaciones; de venerar a su
amante que de dañarlo en lo que más quiere, al sentirse afectada en sus
intereses.
Sumisa
y rebelde, lúcida y desquiciada, ella está convencida de que “No hay
redención, la muerte nos persigue, es inútil esperar que no lo haga:
sólo podemos rogarle que al final no juegue mucho con nosotros, que sea
certera y nos haga caer a sus pies de un solo golpe (p. 181)”.
Sin
embargo, esta novela, pese a las tragedias que Fernanda sufre o
provoca, dista de ser un drama, como bien apunta su autora. La obra,
estructurada en capítulos cortos, alterna las atrocidades, las
cachondeces, los breves instantes de paz con las reflexiones
nostálgicas, casi líricas, que la chica tiene en soledad.
Otros
méritos a destacar son los diálogos verosímiles, el ritmo ágil de la
trama y la intensa labor de investigación que durante tres años realizó
la autora, en los cuales se empapó de la “actitud buchona”, aparentemente tan graciosa pero cuyos íntimos dolores todos ignoran…
Elena Méndez
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Orfa Alarcón,
Perra brava,
Planeta,
México, 2010,
204 pp.
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