Lina
Zerón (Ciudad de México, 1959) es una escritora que ha incursionado en diversos
géneros, aunque siempre ha privilegiado a la poesía. Su obra lírica se ha traducido
a 12 idiomas: inglés, francés, alemán, italiano, portugués, catalán, serbio,
ruso, esloveno, árabe, rumano, neerlandés y mongol.
Su
nuevo poemario, El insolente clamor del
espejo (VersoDestierro, 2011), es una selección poética donde la autora, a
decir de su colega Saúl Ibargoyen (Montevideo, 1930) realiza una “operación (…)dialéctica
entre opuestos (plenitud-pérdida, amor-frustración, esperanza-desencanto,
intimidad exaltada- intimidad cuestionada, hembra liberada-machismo dominante,
dios personal-religión oficial”).
Las
líneas anteriores no sólo resultan acertadas, sino que además resumen la
esencia del libro.
El
yo lírico autoral, desbordante de vida, asume ésta al límite, sobre todo
durante el paroxismo erótico. Basten algunos ejemplos: “salvaje te ofrezco mis
senos/para que en ellos colmes tus delirios” (“En el desnudo mar”, p. 8); “me
diluyo en el ardor de tu lluvia/y juntos nos volvemos agua” (“Cumbre”, p. 14); “En
el espacio donde impera la noche/tiemblas” (“Ahí, donde”, p. 18).
Por
otro lado, se asume la agonía del duelo amoroso, permeado de sensualidad
atormentada: “Hoy estoy tan epidermis,/estremecida lágrima formada de
nostalgia,/voluntad clavada a un nombre,/el suyo,/el suyo,/ soñándolo en mil
noches” (“Estar triste”, p. 70).
En
contraste con el tópico de la pasión sexual, se encuentra también una serie de
poemas donde se expresa una profunda indignación ante la violencia de que son
víctimas las mujeres y, en general, las comunidades desprotegidas. Cito un
fragmento de “Hijas insepultas”, dedicado a las Muertas de Juárez: “Hoy me
encuentro en esta ciudad/de violentados vientres/de quebradas cinturas bajo el
peso del macho (…)” (p. 54). Mientras que en el poema de junto, “Medio Oriente
en otoño”, se deplora: “Antes del invierno morirán los niños/y no me reconoceré
más en sus ojos,/no tendrán dónde anidar los pájaros/ni los perros dónde aullar
a la luna” (p. 55).
El
aire rebelde que circula en estas páginas es una insumisión rayana, quizá, en
el feminismo: “Muera todo aquello que signifique/propiedad de otro,/la
inseguridad de estar solas,/el miedo a ser nosotras mismas” (“Etiqueta y moda”,
p. 56); “Benditas las que son tormenta, río sin cauce,/a las que llaman locas,
revoltosas, liberadas, feministas,/y son capaces de atropellar al viento/con
una mirada” (“Letanía”, p. 58); “Nada doblega mi espíritu; ni dudas ni
incertidumbres me cortan la cabeza” (“Cuna dócil en el silencio”, p. 76).
Se
manifiesta una enorme rabia ante la fragilidad de la vida, como cuando exclama,
en medio de una elegía: “Dios mío, cómo aceptar/que se haga tu Voluntad/cuando
me has mutilado este hijo” (“Hágase tu voluntad”, p. 39); o cuando el cuerpo
exhausto de enfermedades se niega a la conmiseración propia o ajena: “Borrarme
de la tierra es pretensión inútil./(…) No soy polvo que vuelve al polvo ni
inútil obituario en los periódicos./Soy más fuerte que las células nefastas que
se reproducen a diario”(“Carbón ardiente”, p. 27); “No más gentiles visitas con
lastimeros ojos/ni de inútiles rezos que parece Nadie escucha” (p. 80).
“Las
entrañas del viento” cierra brillantemente este compendio. Ahí se hace un
homenaje a las motivaciones para la creación literaria, que deviene, a su vez,
en razón para vivir: “Escribo para reafirmar de buena tinta/que debo tener el
puño en alto,/pero también que puedo/aflojar un nudo de corbata/y saberme
acrobática en la cama (…)/Escribo Verbo que me turba,/así como adjetivo que me
excita,/ y adjetivos que revientan de ternura/o cuchillos que se afilan con el
odio”(p. 91).
Lina
Zerón vuelca, mediante sus versos, un puñado de reflejos insumisos: líquidos
deseos, furiosos anhelos, angustias terrenales, etéreas ensoñaciones.
Elena
Méndez
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Lina
Zerón,
El
insolente clamor del espejo,
VersoDestierro,
México,
2011,
96 pp.
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