Irène
Némirovsky (Kiev, 1903-Auschwitz, 1942), nacida ucraniana, se mudó a París con
su familia en 1919, justo un año después de finalizada la Primera Guerra
Mundial. Conoció el éxito literario desde muy joven. Su vida y la de su esposo
fueron brutalmente segadas por la ignominia nazi. Dejó manuscritos que fueron
recuperados por sus hijas, quienes eran muy pequeñas al momento de quedar
huérfanas.
Domingo recopila quince textos publicados en diversos
medios entre 1934 y 1942. Pululan aquí seres mezquinos, con una soledad
infinita, que proyectan sus anhelos en otros y envidian la suerte de quienes
creen más dichosos.
La
devastación interior coincide con las catástrofes de allá afuera: en “El señor
Rose”, un solterón adinerado que huye de la guerra olvida su egoísmo al evocar,
en el joven que le salva la vida, los rasgos de una mujer que lo amó.
La
evasión es buscada de manera salvaje en “Los vapores del vino”. Durante un conflicto
civil finlandés, Aíno esconde a su hermano Ivar, un miliciano, sin comentarlo
con su esposo, quien se opone a la rebelión. Una noche el pueblo, ansioso de alcohol
–prohibido desde hace tiempo-, comete tropelías inimaginables.
Abundan
las féminas desdichadas: En “Domingo”, Agnès, una dama de abolengo prefiere
quedarse en casa para reflexionar sobre su vida, mientras su esposo acude a
verse con la amante, y su hija mayor acude a una cita clandestina y, sin
saberlo, imita el destino infausto de la madre.
Por
su parte, en “Las orillas dichosas”, coinciden una prostituta cuarentona y una
socialité veinteañera en un bar. Ambas son infelices, pero sólo la ajada cortesana
lo expresa.
Abundan
los terribles secretos. Como el afamado pintor de “El incendio” que ha ocultado
una verdad durante años; o como los Demestre, protagonistas de “Lazos de
sangre”, que, al caer enferma su anciana madre, se sinceran acerca de sus miserias
internas.
La
deslealtad y el resentimiento ocasionan verdaderas tragedias en “Un hombre
honrado”, en la que un moribundo señor adinerado cree que su hijo le robó; mientras
que “La mujer de don Juan” asesina a su esposo sin contemplaciones.
El
autoengaño esconde una enorme insatisfacción vital, como ocurre en “La ogresa”,
donde una mujer alaba las inexistentes cualidades de la única hija que le queda;
mientras que en “Fraternidad” dos judíos, uno rico y uno necesitado, con el
mismo apellido, coinciden en una estación de tren. El rico, que siempre ha sido
enfermizo, pretende asumir que sólo eso lo une a ese lejano miembro del clan.
La
inocencia minada es el tema de “Aíno”, y de “El conjuro”. En el primero, la
pequeña Irène se entera de los misterios que oculta una casa abandonada, en los
que tiene que ver su empleada doméstica –protagonista, asimismo, del ya citado
“Los vapores del vino”-; y en el segundo, atestigua la inesperada fuga de una
joven amiga suya.
Las
verdades dolorosas pretenden evadirse a toda costa. Los hermanos militares de
“El desconocido” acuerdan no indagar sobre el alemán que uno de ellos ha
ultimado y que podría ser pariente suyo. Y en “La confidente” el consagrado
artista Roger Dange preferiría recordar el calor de su difunta amada que saber
las razones de su trágica muerte.
Némirovsky
condensó todo lo que vio en su existencia breve y desdichada transformándolo en
literatura sólida, madura, exquisitamente depurada.
Elena
Méndez
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