Walter Benjamin afirmaba: “Vivir es dejar huellas”. A su vez,
José Emilio Pacheco, justo en su último texto, un obituario a su gran amigo
Juan Gelman, recién fenecido, pronosticaba que éste dejaría “una huella
radiante que no se borrará”.
Al día siguiente de redactar la segunda parte de su sentidísimo
obituario, Pacheco abandonó este mundo. Las huellas de unos y otros perduran,
prueba innegable de que vivieron.
Parte de las huellas vitales de Pacheco se encuentran en su
Inventario, donde el homenaje al poeta argentino es el brillante final del
tercer y último tomo del compendio
publicado por Editorial Era, en coedición con El Colegio Nacional, la
Universidad Autónoma de Sinaloa y la Universidad Nacional Autónoma de México.
Este volumen consta de 106 textos, publicados entre 1993 y 2014
en Proceso, semanario político mexicano de circulación nacional
Cabe mencionar que el nombre de Inventario para designar una
obra literaria miscelánea ya lo había utilizado, en el siglo XVI, el autor
español Antonio de Villegas. Un agradecimiento a la maestra Elizabeth Moreno,
directora de Editorial UAS, por tan invaluable dato.
Pacheco estaba convencido de que haber sido amanuense de Juan
José Arreola dignificaría su paso sobre la Tierra. Pero esa fue sólo una de sus
nobles, enormes labores, que él asumía con sencillez incomparable. Otra de
ellas es este Inventario, al cual consagró cuatro décadas. Toda una época,
irrepetible, para la cultura mexicana y universal.
El autor traza paralelismos involuntarios entre los personajes
abordados y su propia vida. Lo que dijo de Sergio Pitol –quien también fue
Premio Cervantes- puede aplicársele a él: “Pocos escritores como él han
subrayado la mutua dependencia entre leer y escribir (…) nunca ha escrito ni
escribirá sobre algo que no le guste o no quiera compartir con el mayor número
posible de lectores”; “con lo que ha hecho como autor y traductor nos deja
lecturas capaces de llenar la vida entera”.
Asimismo, en su poesía, como la del chileno Enrique Lihn, existe
una “autocrítica a la vez doliente y gozosa y la conciencia de lo efímero”.
Y qué decir de la simetría entre la virtud prosística de Alfonso
Reyes y la suya: “modelo de naturalidad, velocidad, armonía, precisión”.
Pacheco reflexiona constantemente sobre el oficio poético:
“Imaginemos un México en que se enseñara poesía en las escuelas desde la
primaria y gracias a ello todos supiéramos hablar bien, leer bien y por tanto
pensar bien y darnos cuenta de en dónde estamos (…) “No obstante, es de temerse
que la poesía mexicana perdería su excelencia en el momento en que cobrara
importancia y una editorial pagase por llevarse a Paz o a Sabines lo que
invierte un equipo en un futbolista”. Asimismo, suscribe, junto con el
periodista cultural Pablo Espinosa, que la crítica poética es inexistente.
Eduardo Antonio Parra, quien ayudó a armar el Inventario,
sostiene que en él puede hallarse un “museo del chisme o del rumor”. Un ejemplo
desopilante es el ‘affaire Donoso’, en el que un ‘linotipista impugnador’ se
mofa de José Donoso, por una crítica que éste hacía contra Arreola y el propio
Pacheco. El texto apareció en el suplemento La Cultura en México, de la revista
Siempre!. Canallada que algunos atribuyeron maliciosamente a Juan García Ponce,
quien nada tenía que ver. El tragicómico suceso fue “la mayor desgracia ocurrida
al suplemento en toda su historia”.
Pacheco tiene una facultad exquisita para transmitir emociones
al lector. Así, le hace ruborizarse al hurgar en la apasionada correspondencia
que Nahui Ollin dirigía al Doctor Atl; indignarse con el ninguneo que la Décima
Musa ha sufrido, aun muerta; compadecerse del vituperado Ted Hughes, culpado de
propiciar los sucesivos suicidios de sus mujeres, las también poetas Sylvia
Plath y Assia Gutmann; azorarse ante el fanatismo nacionalista de Gavrilo
Princip, quien, al ultimar al Archiduque Francisco Fernando y a su consorte,
Sofía Chotek, Duquesa de Hohenberg,
desató la Primera Guerra Mundial; horrorizarse por el proceder abyecto
de Victoriano Huerta, “salvaje festín de robos, saqueos e impresión de billetes
falsos que hundió para siempre al peso mexicano, hasta entonces moneda fuerte
en el mundo entero”; conmoverse con el llanto del niño que lamentó la partida
de Charles Dickens, porque creyó que se acabaría la Navidad.
Con ese mismo desconsuelo lloraron los lectores de Pacheco
cuando feneció, preguntándose, como él lo hacía: “¿Se habrá acabado el mundo?”,
pues se iba alguien que lo había hecho más bello, más habitable.
Tal como él dijera sobre Jorge Luis Borges, “iluminó con la
llama sagrada la línea más humilde que salió de sus manos”. En ello radica su
grandeza y la veneración que se le profesa.
Elena Méndez
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José Emilio Pacheco,
Inventario. Antología (tomo III),
Col. Biblioteca Era,
Ediciones Era/El Colegio Nacional/Universidad Autónoma de
Sinaloa/Universidad Nacional Autónoma de México,
México, 2017,
664 pp.
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